Experiencia 3

Mi experiencia con el Instituto de Biogestalt


Quería desde hacía tiempo formarme en psicología Gestalt y sobre todo en técnicas de trabajo a nivel corporal. La formación en  Biogestalt y Terapia Grupal parecía ser lo que estaba buscando. Llamé y me dieron cita para una entrevista con M. L.Z. En dicha cita me pasó una prueba “Matrices Harmann” y luego se entrevistó conmigo. Por lo que comentó, quedaba claro que había pocas plazas (16 por curso, creo recordar) y me dijo que no era fácil entrar por la abundante demanda. También me hizo hincapié en que una vez estuviera en la formación era importante comprometerme a terminarla y no abandonar el proceso, por mi y por el grupo, supuestamente. 


Me admitieron y ése mismo curso comenzó la Formación. En el primer encuentro nos conocimos los 16 alumnos. Me sorprendió ver que las personas participantes, la gran mayoría, eran pacientes de terapeutas de Biogestalt que estaban en pleno proceso terapéutico. Más adelante, preguntando, me di cuenta también que muchas de esas personas no tenían ninguna intención de trabajar en el futuro como terapeutas, y que se encontraban allí, formándose para ser terapeutas, porque se lo había indicado su terapeuta. Yo no comprendía cómo una persona en plena revoltura emocional, con depresión, ansiedad, etc, a mitad de un proceso de terapia personal, podía meterse en una formación como ésa…Ni por qué alguien que no quería trabajar como terapeuta pagaba semejante suma de dinero para formarse como tal…


Otra cosa que me chocó en los comienzos es darme cuenta de que aquellas personas, la gran mayoría, no sólo iba a terapia individual – grupal con su terapeuta, sino que participaban en diversos cursos del Instituto: “Padres”, “Movimientos”, “Eneagrama” (I, II y III) …Se mostraban muy entusiasmados con todos esos cursos y talleres y me los recomendaban. No sólo los hacían sino que los repetían cuantas veces les permitía su bolsillo.


En uno de los encuentros de primer curso, al comienzo, hablando con unas compañeros, surgió el tema del Eneagrama. Yo había leído sobre esa clasificación de tipos de personalidad sin darle mayor importancia, aunque mis compañeros/as sí que le daban muchísima. “¿Tú que eres?”, “yo soy un cinco”, “yo un tres sexual”, “yo un seis, que, además, dice A. que son los mejores terapeutas”, decían…De repente se estaba rodeado de etiquetas por todas partes y de personas que intentaban etiquetarme…Ése fue mi mayor choque en los comienzos, sobre todo porque aseguraban que sólo A. podía saber la etiqueta correcta de cada persona y que había que hacer sus cursos y talleres para averiguarlo. Pronto, a medida que avanzamos en la teoría, vino otra clasificación, la de la Bioenergética y los tipos de carácter según ella: esquizo, oral, masoquista, psicopático y rígido. El abanico de etiquetas aumentó y con ello la jerga y el cacao mental.


Como estudiante me centré en mi proceso, en tomar mis apuntes y en aprender lo máximo de las nociones teóricas que se nos proporcionaban sobre Bioenergética. Llevaba mis estudios con entusiasmo. Por un lado, veía una salida laboral a aquella Formación, por otro, iba simpatizando con las personas que estudiaban conmigo, y eso hacía que me fuera implicando más.


De cada encuentro debíamos entregar una memoria en la que debía figurar TODO. Es decir, no sólo los apuntes que tomábamos sobre los ejercicios teóricos y los prácticos, sino las impresiones o sentimientos que cada vivencia dentro y fuera de la sala despertaban en nosotros, incluídos los pensamientos y opiniones sobre nuestros compañeros/as. Por ejemplo, si alguien te caía mal, debías ponerlo y poner por qué. Qué sentiste durante el ejercicio, qué pensaste, etc. Había un código de colores para marcar cada tipo de contenidos en la memoria. También se nos hacía hincapié en el lenguaje que empleábamos, tanto a nivel verbal como escrito. Por ejemplo, debíamos desechar expresiones como “bien”, “mal”, “bueno”, malo”…Porque eran abstractas y supuestamente no decían nada. Lo “correcto” era ser concretos/as y decir las palabras exactas. Por ejemplo, se nos indicaba que nos moviéramos entre los términos “útil/inútil”: “este ejercicio me fue útil para darme cuenta de que tengo miedo al rechazo”. Poco a poco, como loritos, íbamos hablando todos de igual manera; incluso nos corregíamos entre nosotros cuando se nos escapaba algún “bien” o “mal” o alguna otra palabra poco concreta…Yo en aquél tiempo no le daba importancia a esto y  hacía lo que el grupo. Me fui aborregando y comportándome como se esperaba de nosotros/as.


Tras el primer encuentro una compañera abandonó, no se presentó en el segundo. Nos dijeron que trabajaba lejos y que se le hacía mucho esfuerzo acudir a los encuentros. Hace un tiempo me la encontré, tras años sin verla. Hablamos sobre Biogestalt. Me dijo que les puso esa excusa para no continuar, pero que realmente se fue porque aquello “le olió a secta”...


Cada curso de formación tenía varios terapeutas – profesores tutores de curso. Nosotros Contamos con un tutor fijo, D., y otros terapeutas iban acudiendo a los diferentes encuentros. M. y A., no iban a todos los encuentros, pero se nos decía que ellos estaban al tanto de todo pues junto con nuestro tutor se encargaban de corregir nuestras memorias. Ellos dirigían el Instituto, eran los jefes, por así decirlo. En cada encuentro se nos entregaba la memoria del anterior con anotaciones, correcciones, valoraciones…Yo prefería los encuentros en que A. no estaba, sencillamente porque costaba mucho seguir sus explicaciones y elaborar un discurso que presentar en la memoria. Se iba por las ramas, se dispersaba, saltaba de un tema a otro, luego regresaba al tema inicial…Desde mi punto de vista, dar clase no era lo suyo y estaba como disperso, en el aire. En cambio M. si lo hacía bien. Era para mi la más carismática: organizada, ordenada, segura de si misma…Yo opinaba que ella era el cerebro pensante y que sin ella todo aquello no se mantenía, porque los demás me parecían “científicos locos”. Yo tenía cariño a todos ellos, ya estaba adentro, de lleno en la Formación, y con convencimiento de seguir adelante con ella.


En cada encuentro, que transcurría desde la tarde del viernes al almuerzo del domingo, había dos sesiones de meditación budista (la mañana de sábado y domingo) En los encuentros finales de curso, que duraban 5 – 6 días, había meditación cada mañana. La meditación daba comienzo temprano en la mañana, antes del desayuno, y, aunque no era obligatoria, nadie faltaba, porque sabíamos que se valoraba mucho la asistencia a la misma. En las memorias también debíamos escribir sobre la meditación: la teoría que se nos facilitaba, los ejercicios prácticos, nuestras impresiones…Se hacía muy pesado a veces porque nos acostábamos tarde debido a que tras la cena nos ponían una película para luego hacer un cine forum y todo aquello también debía aparecer en la memoria. La película terminaba tarde, siempre pasadas las 12 de la noche. Recuerdo llegar a terminar a las 2:00 de la madrugada para levantarme temprano e ir a meditación. Había poco tiempo libre y de descanso. 


En aquél lugar debíamos tener los teléfonos apagados, y si queríamos telefonear salíamos fuera de las instalaciones, encendíamos el móvil y hacíamos nuestra llamada. Estábamos metidos de lleno en aquella Formación desde que llegábamos hasta que nos marchábamos el domingo, como en una burbuja.


En los encuentros realizados en Tenerife nos alojábamos en una “sala” en el sur de la isla, por grupos en pequeñas habitaciones, como casitas construidas en un mismo huerto, cada una con un baño incorporado, dentro o fuera de las mismas.


Sucedían cosas que no eran de mi agrado como el etiquetaje de personas, el “aborregamiento” y falta de criterio propio de gran parte de los participantes, etc, no fue hasta más adelante que comencé a darme cuenta. Idealicé esa Formación y me dejé llevar. De hecho, quería participar en otros cursos que ofrecía el Instituto. Recomendé a varias personas la Formación y me consta que algunas de ellas la realizaron después de mi y acudieron a terapia con terapeutas del Instituto. A medida que pasaba el tiempo comencé a desencantarme, a no estar de acuerdo con cosas que sucedían. Hasta que lo hablé todo con una amiga y me dijo “sal ya mismo de ahí!”. Tiene mi eterno agradecimiento por abrirme los ojos.


A uno de los encuentros no asistió una compañera. En clase nos dijeron que no había ido porque no había cumplido un acuerdo que tenía con los terapeutas y no le permitieron asistir. Nos indicaron que evitáramos relacionarnos con ella por nuestro propio bien. Recuerdo que a otra compañera ya le habían dicho que la evitara porque “se iba a aprovechar de ella, que era muy dependiente y se enganchaba de los demás”. Algo así nos transmitieron al grupo, que ella no estaba bien y por nuestro bien era mejor no contactar con ella. Yo, que siempre había sido muy obediente, hice caso de las indicaciones y no le envié un mensaje para preocuparme por su estado. Años más tarde supe que ella no asistió porque había intentado suicidarse. Los terapeutas – profesores nos mintieron e intentaron alejarnos de ella…Posteriormente ella también abandonó esa formación porque se dio cuenta, según me comentó, de que no le hacía ningún bien.


En un encuentro en el que me encontraba con mucho cansancio, decidí no ir a meditación. Se suponía que era opcional, pero me encontré con el enfado del terapeuta profesor, al que no le gustó mi elección. Se ve que no era esa actividad no era realmente de asistencia “voluntaria”...


Los ejercicios que se nos planteaban en la sala a veces eran duros de realizar, y algunas personas intentaban no participar. Se suponía que era voluntario, nadie te obligaba, pero si intentabas no hacerlo recibías críticas por parte de los terapeutas – profesores, comentarios a veces muy desagradables que podían hacerte sentir mal. Algunos de dichos ejercicios eran de mucha actividad física y daban miedo porque se convertían en disputas y pujas por algo. Tan pronto estábamos en una balsa ficticia intentando tirar por la borda (o sea, lucha por superviviencia en la que sólo uno puede lograrlo) a todos para sobrevivir (con empujones, tirones, coger en brazos a otros, etc), tan pronto nos sentaban frente a frente para decirnos cosas desagradables los unos a los otros, lo que no nos gustaba de los compañeros y compañeras. A veces salías magullado físicamente y otras, emocionalmente. Si eras empático, solidario o pacífico ibas a recibir responso y burlas asegurados, porque, supuestamente eso no eras tú, sino que lo hacías para comprar el amor del prójimo, para agradar. Poco a poco nos íbamos convirtiendo en lobos para nosotros mismos y los demás, analizando todo con lupa, desconfiando de todo y todos, midiendo nuestros pasos y caminando hacia un camino en el que buscáramos sólo nuestro propio bienestar, por encima del de los demás. La agresividad estaba bien vista, pero la bondad, no. Por supuesto que no todas las personas nos transformamos al mismo nivel, pero sí que es cierto que cuanto menos “bueno” te mostraras más palmaditas recibías en tu espalda, siempre y cuando fueras, al tiempo, obediente a los terapeutas- formadores, porque la rebeldía hacia ellos tampoco estaba bien vista. Por poner otro ejemplo, se nos planteó hacer un ejercicio de autoafirmación en el que empleamos una toalla como material. Salían dos personas al centro de la sala; las demás sentadas alrededor en nuestros cojines en el suelo observando. Cada uno de los participantes sujetaba la toalla enrollada por uno de sus extremos y debía tirar de la misma hasta hacerse con ella. Uno/a gritaba “¡Déjame la toalla, que es mía!” y el/la otro/a respondía “¡No me da la gana!”. Estábamos, en teoría trabajando la autoafirmación. Recuerdo que se formó una especie de pelea de gallos. Se animaba a uno u otro participante a ganar la competición. La mayor parte del grupo gritaba, aplaudía y animaba a uno de los miembros de la pareja participante. Era, desde mi punto de vista, un espectáculo violento. Se daban jalones a la toalla y se zarandeaban unos/as a otros/as mirándose y gritándose con rabia (había que mantener el contacto visual con tu “oponente” en todo momento). Yo terminé ese ejercicio con el cuerpo dolorido, con las uñas dañadas, hematomas y arañazos en los brazos.


Para mi quedó claro que el dinero era lo que más le importaba a ese grupo de terapeutas - formadores, que promulgaban el amor, la compasión, la vocación de ayuda y otros valores preciosos de boca para afuera, pero que en la práctica tenían un séquito de personas a su servicio que se dejaban el dinero que tenían, y el que no, en hacer todos y cada uno de los cursos que ofrecían, y, si se dejaban convencer (lo cual no era difícil porque su terapeuta era quien se lo indicaba…) incluso los repetían. Y todo ese dinero invertido, desde mi humilde opinión, que, insisto, no es la verdad absoluta, no se traducía en avances y mejora de la vida de las personas. Yo no veía a las personas “sanar” y encontrarse mejor. Yo percibía empeoramiento y confusión en terapias de años y años, que se eternizaban. Sólo los más fuertes, los que entraban en esa dinámica con una autoestima más equilibrada y en un momento menos delicado de sus vidas se mantenían más estables y más independientes. Los demás, eran carne de cañón de convertirse en pacientes eternos de tratamientos y cursos diversos cuyos honorarios iban al mismo saco…Yo, sinceramente, no veía ahí compasión, ni amor ni nada de eso, yo veía dinero y poder, y mucho. 


En general, decidí marcharme porque lo que vi se puede resumir en falta de coherencia. Lo que decían ser sus principios se quedaban en el papel. En la práctica no eran compasivos ni amorosos, sólo a ratos y con quien ellos consideraban por una cuestión de interés propio. Se nos reprochaba ayudar a compañeros en apuros, que estaban llorando o afectados tras un ejercicio, porque según ellos, estábamos haciendo de niños buenos para comprar amor y estábamos alimentando el victimismo del otro. Me parecía una locura entonces y me lo sigue pareciendo ahora. Nunca he podido ni podré mirar a otro lado ante un ser que sufre, me parece cruel. Pero ellos, en los ejercicios, gustaban de que nos enfrentáramos y nos dijéramos lo que no nos gustaba o molestaba los unos de los otros. Según su enfoque debíamos ser egoístas, marcar nuestros límites y nuestro espacio, reclamar lo que nos correspondía, buscar nuestro bienestar por encima del de el otro…Al buen samaritano allí se lo comían vivo. Llegaban a decir hasta que personas con enfermedades físicas diagnosticadas por sus médicos, se estaban inventando la dolencia con su mente para llamar la atención...A veces sentía que era una lucha por ser el más fuerte. Parecía que ser una “mala persona” era para ellos ser “una buena persona”. No terminaba de entenderlo. Y mucho menos entendía que personas con depresión, ansiedad, angustia, etc fueran sometidas a semejante trato. Desde mi punto de vista, una persona hundida no sana con el rechazo de los otros, reprochándole, a veces incluso con crueldad o burla, a la cara sus defectos. Eso sólo podía hundir más a esas personas.


Años más tarde supe que los terapeutas les dijeron a los compañeros/as de clase que yo había dejado aquella formación por otros motivos que no eran ciertos, que se inventaron, supongo, para evitar que alguien, al conocerlos, abriera también los ojos, se marchara y sus ingresos económicos se vieran mermados. Cuando me fui de aquello yo estaba feliz, por primera vez en mucho tiempo, sin aquella revoltura emocional permanente, esa tristeza, esa angustia...En cambio sentía alivio,  felicidad,  y seguridad en mi (igual que antes de meterme en esa formación…). 


Además de lo comentado anteriormente, hubo un aspecto importante que no me gustaba y que me impulsó también a abandonar el Instituto: la estructura jerárquica. Todo pasaba por A. y por M. Él era admirado por todos los presentes de manera ciega, pues nunca escuché una crítica negativa sobre su persona, cuando, como todas las personas, era ampliamente criticable. Como orador, como he dicho anteriormente, no valía un duro porque era bastante complicado seguirle el hilo debido a un discurso bastante desorganizado y, en ocasiones, inconexo. Se despistaba, daba saltos de un tema a otro…Era muy complicado a veces tomar apuntes con él. Enseñar y transmitir no era lo suyo. Por otro lado, tenía la costumbre de burlarse de otros terapeutas, en presencia y ausencia de los mismos, lo cual me parecía un abuso y una falta de respeto, aunque lo hiciera algunas veces con una sonrisa. Me parecía que los humillaba y que era irrespetuoso. Recuerdo una vez que dijo de un terapeuta – formador que no daba para más y que era normal porque el padre lo encerraba de pequeño en un armario. Él no estaba presente. Nunca supe si este dato era real o una invención, pero me horrorizaba que fuera cierto y con esa ligereza ventilara aspectos íntimos de su compañero. Un psiquiatra debe ser discreto y respetar el secreto profesional. Esa clara jerarquía hacía que existiera un respeto especial a  A. Yo sentía respeto por él, pero no más que a cualquier otra persona. Según nos decían en las clases, A. tenía, casualmente, el eneatipo y el tipo de carácter que hacían de él un mejor terapeuta. Aunque tampoco me creía yo que encajara en aquellas descripciones que pretendían vendernos, porque, según la teoría, su eneatipo y su carácter eran posiblemente otros bien distintos…A. era supuestamente una persona viajada e instruida, formada en disciplinas orientales… Era como un Dios para ellos y no sólo no lo cuestionaban sino que seguían a pies juntillas sus indicaciones. Les entiendo, yo también las seguí hasta que abrí los ojos.


Cuando comencé esa Formación, lo hice porque se suponía que iba a ofrecerme conocimientos para ampliar mi campo laboral y trabajar desde otra perspectiva. A medida que fue pasando el tiempo, me enteré de cosas como que una vez terminada la Formación, para obtener el título había que presentar una Tesina (o sea, otro año más antes de poder tener el título…) y que, además, los que querían ejercer debían hacerlo siempre bajo la tutela del Instituto y acudir a reuniones de terapeutas en las que existía una supervisión de casos…Total, que de allí no se salía nunca…Y que por mucho que pagaras no tenías derecho a nada, no podías usar el término Biogestalt sin su autorización ni supervisión…Una compañera me dijo también que sólo las personas tituladas en psicología podían ejercer finalmente como terapeutas de Biogestalt. Desconozco si es cierto, me fui sin preguntarlo, pero a mi en la entrevista inicial nadie me dijo cosa semejante ni me habló de Tesina ni de supervisión por parte del Instituto ni de nada…Todo eso iba saliendo más tarde, poco a poco. Me pareció un engaño.


Elegí irme por la puerta pequeña, sin hacer ruido, sin protestar, sin reclamar, porque yo tenía demasiado miedo a enfrentarme al Instituto. Yo huí, me salvé, así lo sentí en ese momento y así lo sigo viendo ahora. Tenía miedo a que echaran a los compañeros en mi contra, porque les apreciaba de forma sincera. Miedo a más insultos, burlas y rechazos. Miedo al acoso que viví en redes por parte de un ex compañero, que no paraba de mandarme mensajes con propuestas sexuales desagradables, a pesar de que yo tenía pareja y de que le había dicho en varias ocasiones que NO, por más que le rechazaba y le pedía que parara, seguía insistiendo. No me quedó más remedio que bloquearlo en redes sociales. Incluso, una vez bloqueado, intentó acosarme de nuevo, con otro perfil que también tuve que bloquear. Miedo al mensaje de ira descontrolada de otro compañero al enterarse de que yo abandonaba la formación. Un mensaje violento, con insultos y desprecios, de alguien con quien me llevaba, o eso creía yo, estupendamente. Me fui también con pena de dejar atrás a todos mis compañeros y compañeras en aquel desatino que nos estaba haciendo daño, pero sabía que si les daba mi punto de vista no iban a creerme, el lavado de cerebro era inmenso, así que decidí poner excusas y no dar el motivo auténtico por el que me fui.


Esto es una pequeña y discreta muestra de lo que viví en aquellos años. Hoy he roto mi silencio por si alguna de mis palabras, mi experiencia, mi verdad, puede servir para ayudar a que otras personas no pasen por el sufrimiento que otras hemos pasado. Hoy por hoy no recomiendo a nadie el Instituto de Biogestalt ni ninguno de los terapeutas que han surgido del mismo, independientemente de que empleen ese nombre o prefieran utilizar el desglose de los diferentes talleres y disciplinas que allí se impartían. Procuro mantenerme bien lejos de ese entorno. Doy gracias por haberme marchado y de no haber regresado nunca más…Es de las mejores elecciones que he tomado en la vida, sin duda. De no haberlo hecho no sé qué sería de mi ahora…